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Mujeres indígenas limpian la basura del Titicaca 

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Mujeres indígenas limpian la basura del Titicaca

Bajo un sol abrasador, Helena Condori recoge pacientemente botellas, bolsas plásticas y latas de las orillas del Titicaca, un trabajo tan extenuante como insuficiente para librar a su lago sagrado de la contaminación.

Corre una brisa suave mientras una decena de mujeres indígenas con largas trenzas negras y ataviadas con sus tradicionales faldas campana, sombreros bombín y gruesas chaquetas de lana limpian la playa de Santiago de Huata, un poblado en la ribera boliviana del lago donde sus familias, de la etnia aymara, han habitado por siglos.

Con guantes de látex, levantan uno a uno los desechos que dejan otros pobladores y turistas, una faena “extenuante”, y los meten en bolsas que luego llevan a un basurero cercano. Al cabo del día, habrán recogido unos cien kilos.

“Encontramos plásticos, papeles, botellas descartables”, y hasta ¡pañales usados!, lamenta Condori, una comerciante del poblado peruano de Juliaca, situado en la ribera opuesta del lago.

“Me duele que nosotras limpiamos y otras personas ensucian”, afirma a la AFP. Pero está convencida de que hacen una gran labor porque las hace sentir que Perú y Bolivia, que comparten el lago, “están más unidos que nunca”.

El Titicaca, de unos ocho mil 500 km2 de superficie, casi el mismo tamaño de Puerto Rico, es el lagonavegable de agua dulce más alto del mundo, a tres mil 500 metros de altura. Es venerado por los nativos del lugar, que se dedican principalmente a la pesca y que lo consideran fuente de vida.

Lo llaman el “lago sagrado”, pues según la tradición, desde sus aguas emergieron Manco Cápac y su esposa Mama Ocllo, hijos del dios Sol, para luego fundar la ciudad del Cusco, la capital del imperio inca.

Previamente habían aseado la playa de Puerto Pérez, en el lado boliviano del lago, donde la presencia del hombre también deja una estela de mugre.

Y aunque lo hacen varias veces al año, la labor de las voluntarias “no va a bastar”, dice la ingeniera ambiental Fanny Zeballos, de Agua Sustentable, una ONG que les da apoyo en capacitación, equipo de aseo y monitoreo para medir la contaminación del lago.

Y es que los daños ambientales se deben además a las aguas servidas que llegan desde ciudades y pueblos circundantes de los dos países. Ese es “un problema que está provocando una gran contaminación”, agrega Zeballos.

Las aguas contaminadas provienen principalmente de tres ciudades, en las que en conjunto viven 1,6 millones de personas: las peruanas Puno y Juliaca y la boliviana El Alto, vecina de La Paz.

“Me siento bastante mal, siento que me estoy muriendo yo también”, relata a la AFP Reina Silva, una concejal boliviana que también participa en la jornada de limpieza.

Y tiene sus razones: “Nuestro ganado alimentamos con totora (junco) y se muere con diarrea, y nuestras vaquitas y ovejas toman agua y se mueren, por eso nos damos cuenta de que está contaminado” el lago.

Juan José Ocola, máximo ejecutivo de la Autoridad Binacional del Lago Titicaca, una oficina dependiente de las cancillerías de los dos países, explica a la AFP que la contaminación está focalizada en algunas zonas ribereñas, pero no en todo el lago.

Ocola señala que la cruzada de limpieza que realizan estas mujeres indígenas es “importante”, pero que para acabar con la contaminación en el lago se requieren dos acciones de fondo: la construcción de plantas de tratamiento de aguas servidas y rellenos sanitarios para depositar la basura.

Con ese objetivo, Perú prevé construir 10 plantas de tratamiento de aguas residuales con una inversión de 400 millones de dólares, y Bolivia destinó unos 80 millones para una obra similar en El Alto.

 

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