Conecta con nosotros

Sociedad

El mal y el bien y la degradación del silencio “Wajtacha”

En Bolivia está ligada a creencias que terminan en el “guardián” de estas riquezas, una especie de demonio de las profundidades, con orejas de llama y rostro que provoca profundos miedos, “El Tío”. De este modo, se llega a extremos que son parte de este oficio de topos que buscan riqueza para saciar la codicia.

Publicada

el

Interio_mina
Foto-infodiez

Jueves, 4 de noviembre 2021

La minería es uno de los pilares de la economía de Bolivia y, por ende, el medio de vida de muchas poblaciones que rodean los cerros formados por minerales. Es parte de la vida de muchas familias que dependen de estas piedras valoradas por sus composiciones químicas y sus utilidades para satisfacer las necesidades.

Aparte de enraizada en la economía y en la sociedad, en Bolivia está ligada a creencias que terminan en el “guardián” de estas riquezas, una especie de demonio de las profundidades, con orejas de llama y rostro que provoca profundos miedos, “El Tío”. De este modo, se llega a extremos que son parte de este oficio de topos que buscan riqueza para saciar la codicia.

En este tejido, el dramaturgo Luis Miguel González Cruz desnuda una realidad en “Wajtacha”, que es la puesta en escena de un viaje al interior de la mina y de la conciencia del ser humano derrotado por la  codicia. Se trata de una serie de eventos en torno a la angurria y la superstición para obtener el valioso mineral, aquí la vida está sujeta al sacrificio con todas sus implicancias, como la crueldad que conduce a una madre a buscar la verdad en la tercera galería del laberinto de socavones que componen la mina.

En la obra no solo está presente el derramamiento de sangre para satisfacer a este guardián que encarna el miedo y la codicia, también se refleja sacrificios y condenas a vivir entre catacumbas y sincretismo, con un sindicalismo obsoleto, absorbido por el capitalismo que provoca llanto y consume a los protagonistas como una muerte en vida, mientras las palabras tratan de ocultar la corrosión de los espíritus.

La venganza lleva a esa madre que trata de encontrar paz y sacrifica su cordura ante un juego patriarcal de ignorancia y textos de igualdad. El mineral es la única respuesta, como el alcohol que quema la garganta y tatúa la crudeza y frialdad de las minas del altiplano.

El elenco trasmite el combate entre la racionalidad, marcada por la locura, y la ebriedad de la superstición. En escena vemos a Claudia Ossio, Raúl Pitín, Fernando Romero, Marcelo Sosa y Antonio Peredo, quienes encarnan a los personajes que se encaminan hacia las catacumbas, alejándose cada vez más de la luz de la racionalidad para discernir el bien del mal o que el bien para unos es la desgracia de otros.

Me quedo con las palabras del director Luis Miguel González Cruz, “Wajtacha sería como un viaje al interior de la Tierra, al reino del Diablo o, para parafrasear a Eugene O’Neill, un ‘largo viaje del día hacia la noche’, es decir, a la oscuridad”.

Tendencias