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Estudio muestra que Bolivia tiene 95 danzas folklóricas

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Una investigación sobre el patrimonio dancístico de Bolivia,  cuya publicación estuvo detenida por décadas, ha logrado finalmente convertirse en un libro. Fue realizada por una mujer que le ha dedicado más de 40 años de su vida a bailar  y en la década del 70 emprendió una aventura que hoy se llama Bolivia en movimiento-Danzas de los nueve departamentos.
El  apego de Patricia Ballivián Salek (1957) por la danza fue impulsado por sus padres que la llevaban, junto a sus hermanos, a fiestas y festivales autóctonos del altiplano boliviano como Warisata, Sorata y Tiwanaku, entre otros.
En 1977,  tras años como bailarina, inició junto a su difunto esposo Carmelo Antonio Rivero Sossa la investigación sobre danzas bolivianas. Un acopio de ese esfuerzo fue publicado en 2015.


«Todo nació con la idea de ser un álbum de ‘figuritas’ con fotos y sus descripciones, tenía que ser un éxito seguro. Queríamos que nuestras danzas sean conocidas y difundidas, ya que, en aquella época, los países vecinos y gente inescrupulosa quería ponerle otras nacionalidades a nuestro folklore. Era urgente defenderlas”, explica la autora del libro.
El libro Bolivia en movimiento… tiene la descripción de 95 danzas, con 233 fotografías, que pertenecen a los nueve departamentos del país y que están clasificadas entre: Amazonia y Chaco, altiplano y valles. Asimismo, ofrece un listado de 400 expresiones del patrimonio dancístico nacional.

 

El objetivo, según explica la autora, no ha cambiado, ya que en la actualidad los intereses de «inescrupulosos” por adjudicarse la autoría de danzas bolivianas -como la diablada, morenada, caporales, entre otras- se ha intensificado.
La danza y la investigación

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Ballivián ha bailado en escenarios de tantos países que ha perdido la cuenta. A los 14 años empezó a  estudiar danza en el Ballet de Chelita Urquidi. Se convirtió en primera bailarina,  profesora y subdirectora del mismo. Esa emoción que la invadió antes de presentarse por primera vez en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez,  hizo que sintiera que «casi se desmaya”  fue el impulso que forjó su carrera.

Desde 1977 y durante tres años Ballivián y Rivero realizaron  viajes a diferentes departamentos y festivales de danza. Durante su recorrido hicieron entrevistas y  tomaron cientos de  fotografías en cámaras analógicas, cuyos rollos se relevaban fuera del país.
Paralelamente,  en la ciudad de La Paz realizaron revisiones bibliográficas y consultaron a expertos sobre el tema,  como Chelita Urquidi, Julia Elena Fortún, entre otros. El apoyo económico fue brindado por el   padre de la autora,  Luis Ballivián Chávez, aunque nunca recuperó la inversión.
El contenido del libro incluye danzas que son parte fundamental de las entradas folklóricas del occidente boliviano y que resultan ser las más difundidas. La popularidad de la morenada, diablada o  caporales se impone a las menos conocidas como, por ejemplo, ichinisiris o ñacurutú, danza  que se interpreta en la fiesta de San Ignacio de Moxos -departamento del Beni-, o aña aña, danza practicada por el pueblo Guaraní.

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Para la autora,  las  danzas menos conocidas y difundidas son las que se cultivan en el  oriente boliviano, como  las guaraníes. «Creo que en nuestro país todo lo que es del oriente está menos difundido, a diferencia del occidente, porque el poder es centralista,  pero también porque las danzas aymaras y quechuas son más impactantes”, detalla.
Otra de las razones que expone Ballivián es que las danzas del occidente boliviano   representan culturas más integradas a la sociedad boliviana y están más incorporadas a la vida nacional.
Añade  que existen otras danzas  poco difundidas, como  las de la cultura  Chipaya, al tratarse de un grupo étnico  cerrado. Sin embargo, es en estos grupos  ubicados en el oriente y occidente del país -como los  guaraníes,  mojeños,  los chipayas y kallawayas, entre otros- en donde  las danzas conservan su pureza. Ello se debe a  su aislamiento, ya que son  las menos incorporadas al contexto nacional.
Patrimonio y conservación

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Sobre las danzas extintas de Bolivia, la autora señala que  más   que considerarlas desaparecidas, se las debe abordar como «danzas transformadas”. Algunas de manera tan radical que   conservan poco  de sus  orígenes, como  los   caporales. Ser parte de las entradas folklóricas y universitarias  de alguna forma  las han  modificado.
«Ello se da también con el ingreso de tela sintética y con la fuerza de los medios masivos de comunicación y la globalización. El vestuario ha sido profundamente modificado en casi el 100% de las danzas”, sustenta.
La investigación, que debió ser un álbum de «figuritas” y  cuya publicación pareció imposible al ser un emprendimiento independiente, se ha  convertido  décadas más tarde -gracias al apoyo de su familia, su actual esposo  e hijo- en un libro que se traduce en  un compendio didáctico para conocer las danzas bolivianas.
Según la autora, todos los bolivianos conocen muy poco de sus danzas, a pesar de existir  varios libros sobre el tema.  Prueba de ello es que en el libro hay en lista 400 danzas,  pero según el ministro de Culturas, Marko Machicao, hay más de 1.000.

«Ahora sueño con conseguir financiamiento y viajar durante dos años  por toda Bolivia para poder cubrir más festivales, fiestas patronales y locales. De esa forma  lograré profundizar y ampliar la información que este libro contiene. De las 400 danzas que tengo en lista  en el libro quisiera, al menos  llegar a 300 en un segundo tomo de Bolivia en movimiento”, finaliza.

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