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Sociedad

Los bolivianos piden más hospitales y menos canchas

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Willy Camacho Escritor

En las imágenes televisivas se ve a un niño sonriente, nada, excepto el barbijo que lleva, haría pensar que se trata de un niño con cáncer. Es que quizá esas imágenes reflejan su inocencia, misma que le permite sonreír ante la adversidad, porque ningún problema es grave a esa edad. Él lo siente así, pero sus padres viven un calvario.

Una pareja joven, oriundos de San José de Chiquitos, sí esas lindas tierras donde las misiones jesuíticas son el principal atractivo cultural, donde los niños aprender a tocar violín y pueden integrar la orquesta de música barroca. Sí, ese lugar donde turistas adinerados dejan muchos recursos que, obviamente, no se destinan a salud, porque la joven pareja tuvo que buscar ayuda para su pequeño en la capital cruceña, ya que en su tierra natal no hay hospitales que atiendan casos de cáncer.

Sebastián se llama el niño que mira sonriente a la cámara, con el barbijo cubriendo su quijada. Quizá le dijeron que es un juego, que van a jugar a los doctores, para calmarlo, para no asustarlo, para que siga transmitiendo esa vitalidad que hoy conmueve a todo el país, ya sabiendo que el pequeño Sebastián –cuya lucha contra el cáncer estaba a punto de convertirse en victoria– en estos momentos debe estar postrado en una cama de hospital, sujeto a una máquina de diálisis que le permita sobrevivir hasta que pueda ser sometido a un trasplante de riñón, porque él, como sabemos todos, perdió los dos que tenía, el bueno y el malo, por un error médico.

En otra imagen televisiva, la doctora Yolanda Ernst, pediatra del Instituto Oncológico de Santa Cruz de la Sierra y vicepresidenta del Colegio Médico de Bolivia, sentada en el set de un canal, señala: “Se ha hecho una gran tragedia de todo esto, pero el niño está bien y hay casos de gente que vive sin problemas con la máquina de diálisis muchos años”.

A su lado, el presidente del Colegio Médico, doctor Erwin Viruez, acota: “El niño tenía cáncer avanzado, había metástasis en los pulmones…”. O sea que, para la doctora Ernst, el “errorcillo” se soluciona atando durante un lustro a Sebastián a una máquina, con la que seguramente, en criterio de la médica, el niño puede vivir sin problemas, yendo al colegio normalmente, jugando fútbol con sus amigos, correteando en el parque o integrando la orquesta de música barroca de su pueblo natal.

Debe ser una máquina microscópica, ¿no? Y el doctor Viruez qué quiere decir con su acotación, ¿que como el niño tiene cáncer avanzado, lo de los riñones es un detallito?, ¿que de todas formas la vida del niño ya estaba comprometida?

Se entiende la reacción de los colegas del doctor Moreno –el profesional que le extirpó el riñón sano a Sebastián–, pero actuar gremialmente, defendiendo sin muchos argumentos a un compañero, pese al drama que vive la familia afectada, me parece, cuando menos, de una falta de sensibilidad extrema, sin mencionar la falta de principios éticos. Del otro lado, el doctor Moreno reconoció su error y aseguró que se iba a encargar de los gastos médicos de Sebastián, que es lo menos que puede hacer, en realidad es lo único, porque ni siquiera puede donarle uno de sus riñones.

Moreno, según dicen sus colegas, es un cirujano oncólogo con mucha experiencia, que hace 14 años dejó la práctica privada y comenzó a brindar sus servicios ad honorem en el oncológico cruceño. De hecho, la doctora Ernst y el doctor Viruez, sentados en el set televisivo, repiten insistentemente ese dato, haciendo énfasis en que el doctor Moreno opera sin cobrar y que así ha ayudado a muchos niños con cáncer. Pero, ¿el hecho de no cobrar le da licencia para cometer uno que otro errorcillo? ¿O es que los médicos que no cobran están eximidos de seguir los protocolos que seguramente existen para este tipo de intervenciones quirúrgicas? No lo creo.

Pero claro, el doctor Moreno no es el único responsable, pues hay un equipo de doctores y enfermeras que los asisten, y ese equipo es el que preparó a Sebastián, el que lo acomodó del lado equivocado, el que cometió el primer error. O más bien, el segundo, porque el primer error, la madre de todos los errores está en la dirección del hospital, que no supervisa ni exige que los médicos, pagados o solidarios, cumplan los protocolos.

Y quizá el error está mucho antes, y se evidencia en otra imagen televisiva, transmitida desde Villa Tunari, en un coqueto estadio –el mejor de Bolivia, dicen–, donde el presidente, Evo Morales, se dirige a todos los presentes diciendo: “Entregar este estadio es como entregar un hospital, porque el deporte es salud”. (Si fuera un cuadro de Condorito, seguro aparecería un “¡Plop!” enorme). No es la primera vez que don Evo equipara canchas a hospitales, y eso es un craso error, producto de la ignorancia, obviamente, aunque la ignorancia no puede justificar semejante aberración de parte de un dignatario de estado.

Bajo esa lógica, si el Gobierno hubiera entregado un estadio en San José de Chiquitos, ¿Sebastián no habría tenido cáncer? O si lo hubiera tenido de todos modos, ¿se habría curado pateando pelota? Claro, esa justificación barata para la falta de inversión estatal en salud puede generar sonrisas en muchos, pero dolor e indignación a gente que sufre lo que hoy padece la familia de Sebastián y él mismo.

El Gobierno pagó 30.000 dólares a los equipos que se enfrentaron en la inauguración del estadio, a eso hay que sumar los gastos de la transmisión en vivo, del transporte, etc., dinero que bien podría destinarse a medicinas o equipos médicos, los cuales son más urgentes y necesarios que todas las canchas que hay y que habrá.

Pero es más sencillo implementar una ley para criminalizar a los doctores. Algunos cometen errores gravísimos, es cierto, sin embargo, no merecen ir a la cárcel, pues no actúan con dolo, de modo que no pueden ser tratados como vulgares delincuentes. Además, no es posible condenar a profesionales que trabajan en condiciones precarias debido a que el dinero público se destina a canchas u otras obras superfluas.

Ajeno a estas cadenas de errores, Sebastián descansa en una cama de hospital y necesita una máquina de diálisis para seguir viviendo (no una cancha).

Ojalá mantenga la sonrisa que tenía antes de ingresar al quirófano y que su rostro no quede en el olvido, sino más bien se convierta en símbolo de lo verdaderamente importante.

 

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