Sociedad
La Paz: La ciudad que aún no aprende a separar los residuos
“Estos contenedores son para concientizar, para que podamos reciclar y reutilizar lo que consumimos en casa. Pero lamentablemente muchos no los respetan. En las Islas Verdes, donde debería ir solo vidrio, cartón, fierro o plástico, la gente termina metiendo verduras, tierra, hasta papeles de baño. Y eso arruina todo el esfuerzo”.

La Paz, 6 de octubre 2025
El camión avanza despacio, como un animal cansado que carga con los residuos diferenciados de toda una jornada. En cada parada, los contenedores de colores —azul, amarillo, verde— se alzan como pequeñas islas en medio del asfalto. De lejos parecen ordenados, pero basta acercarse para descubrir el desorden humano escondido en su interior.
Johnny Arana Sosa, supervisor de área en SIREMU, se acomoda la gorra y habla con la experiencia de quien repite una misma lección desde hace años: “Estos contenedores son para concientizar, para que podamos reciclar y reutilizar lo que consumimos en casa. Pero lamentablemente muchos no los respetan. En las Islas Verdes, donde debería ir solo vidrio, cartón, fierro o plástico, la gente termina metiendo verduras, tierra, hasta papeles de baño. Y eso arruina todo el esfuerzo”.
La escena se repite día tras día. No es solo basura mezclada: es un hábito difícil de cambiar. Johnny lo sabe. Con resignación, pero también con firmeza, explica que después de vaciar los contenedores, el ayudante del camión limpia los alrededores para dejar todo aseado. “Es nuestra obligación. No se trata solo de recoger residuos, también de dar buena impresión, de mantener el espacio limpio”.


Pero lo que más le preocupa no está en el suelo, sino en la cabeza de los vecinos. “El planeta ya está cansado, está agotado. Y lo más difícil es educarnos a nosotros mismos. A veces hasta caemos en la tentación de botar algo en la calle, sin querer. Pero necesitamos colaboración, que la gente separe su basura en casa y use los contenedores como corresponde”, dice, como si hablara no solo a un periodista, sino a toda la ciudad.
En su voz no hay enojo, hay cansancio mezclado con esperanza. Porque él mismo ha visto cómo, pese a la resistencia, algunos vecinos empiezan a entender. “Los recicladores viven de esto. Si ayudamos, todos ganamos”, asegura.
El camión se aleja, dejando tras de sí un silencio breve, interrumpido por el canto lejano de una paloma. Al final del recorrido, Johnny Arana no habla solo como supervisor, sino como vecino consciente.
Reconoce que aún falta educación y disciplina, pero cree que cada esfuerzo suma y señala los contenedores de colores, “pero si ponemos un granito de arena, si empezamos en casa, podemos darle un respiro”. En esa certeza, en la idea de que separar un vaso roto o una botella de plástico puede marcar la diferencia, se sostiene la esperanza de una ciudad más limpia y de un futuro menos gris.

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